jueves, 14 de abril de 2011

Sagrada Gabiblia: Génesis I

Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores.
Bertrand Russell
En el principio no había Nada. Bueno sí, había una cosa: Nada. Bueno, habían dos cosas: Principio y Nada. Bueno… habían tres cosas: Nada, Principio, y un funcionario público encargado de contar cosas y ponerles nombres.
Entonces llegó el Creador. Ser único y todopoderoso, el ente más grande que se pueda imaginar. No, es justo el siguiente más grande al más grande que se pueda imaginar. A pesar de ser invisible e indetectable por todos los medios, tiene forma: la de una gran taza de váter con cabeza de pulpo, pinzas de cangrejo y siete patas de ornitorrinco que le salen de cada pinza. Todo el mundo sabe que los entes cósmicos tienen partes de animales raros, lo de la taza de váter es porque este es mucho más original y aterrador que el resto, aunque es una pura formalidad, ya que como todos sabemos todo creador de existencia debe ser invisible e indetectable.
Y al llegar el Creador, creó. Con un potente tirón de cisterna creó el cielo, la tierra y los mares, y con ellos a toooooda la creación. El funcionario público contempló, suspiró, echó cuentas un poco a ojo del curro que se le venía y de la hora que era ya, y se fue a desayunar. Eso sí, antes contó al Creador y le nombró: Alfonsé.

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